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"Y así llegó a nuestra casa aquel hombre curtido y sonriente que era por esos tiempos mi tío César. Recuerdo que los primeros días no conseguía acostumbrarse al ruido de los trenes. Siempre se levantaba de la cama con las gafas torcidas y la mirada desvaída y oscura de esos ferroviarios que trabajan en el turno de noche. Mi padre lo saludaba en la cocina con una palmadita en la espalda y una socarrona sonrisa, una sonrisa que sin duda quería decir que así aprendería a no salir de su pueblo para dar la lata a las gentes de la capital..."
(Acento, 2001)
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